O Séverine de noche

24 de abril de 2010

Uno de los directores más admirados por Tarkovsky era Buñuel. Uno de los motivos que alega en su libro Esculpir en el tiempo: por su capacidad creativa para el onirismo, por esa capacidad surrealista que poseía para mostrar al público sueños, fantasías o imaginaciones de los protagonistas sin necesidad de adulterar las imágenes, sin engañar al público con trucos varios. Esos sueños debían intercalarse en el metraje y debía ser el espectador quien se inmiscuyera en los mismos, sin ser altamente consciente de que aquello que estaba viendo y viviendo formaba parte del dibujo del personaje. Por eso Tarkovsky lleva esta máxima a sus películas; por eso es considerado uno de los grandes directores de sueños.

Séverine Serizy es Belle de jour de mañana. Belle de jour es Séverine Serizy de noche. Pero, sobre todo, Belle de jour es la solución de Séverine Serizy (Catherine Deneuve) para poder resolver sus problemas sexuales para con su marido (Jean Sorel). Rompe con su aburguesada vida para vagar por el turbio mundo de la prostitución. Se somete a varios clientes, cuál más fetichista, para después regresar a su lecho de amor convencida de que quiere más (o diferente) a su esposo. Necesita “mano dura” para poder regresar tranquila a casa. Así calma sus deseos. Bella de día (Belle de jour, 1966) es un trabajo que se mueve entre el onirismo y el masoquismo, de ahí que Buñuel haga girar el trauma de Séverine a través de recuerdos de su niñez y fantasías o sueños de la misma en la actualidad. La exposición masoquista a la que se somete es quizá la solución a sus traumas infantiles. Lo propio y genial de Buñuel es que, como apuntaba antes, todo ese flujo del subconsciente lo muestra al público sin artificios, sin engaños, sin edulcorantes. En fin: sin trucajes cinematográficos. De ahí su gran uso del onirismo, que logra que fluya en el espectador de la misma manera que en el protagonista.

Bella de día es, ante todo, una película redonda. Un inicio tremendamente impactante del que nos despertamos más adelante, junto a Séverine. Buñuel muestra desde el inicio su engranaje, su insistencia onírica. Comprendemos su tendencia, pero desconocemos cuándo la va a llevar a cabo, cuándo la va a ejecutar. Esa es la grandeza del director aragonés, que es absolutamente imprevisible. Y así transcurre la película, entre realidades y fantasías masoquistas, todas absolutamente bien trazadas, inesperadas, pero bien encajadas. El final llega y sin saberlo volvemos a caer dormidos, aunque despertamos, junto a Séverine, y nos rehacemos. Entendemos lo que pudo ser y lo que es, todo en el mismo escenario en el que se abrió la película: el jardín de la casa junto al ruido de los cascabeles de los caballos. Entendemos lo que pudo ser y lo que es ¿O quizá ha sido todo un sueño, de principio a fin, una fantasía sobre el deseo? No hay duda: Buñuel sabe barajar las posibilidades reales (de la realidad) de una manera asombrosa.

No quiero olvidar la perspectiva erótica – pornográfica que se le ha otorgado a Belle de jour. No la obviaré, aunque tampoco le daré excesiva importancia, pues el logro de la película estriba en la maestría de Buñuel en la utilización de los sueños (considerar, pues, también, el montaje), en el engranaje del personaje protagonista. Pero sí, ver a la hermosa Catherine Deneuve en sujetador y liga a mediados de los 60, y verla sometida a violaciones y diversos tipos de vejación era, como mínimo, para excitarse o escandalizarse. O ambas cosas, quién sabe. Súmale a eso el tópico del lesbianismo de burdel entre la Madame (una muy correcta Geneviève Page) y sus chicas… Todo en un ambiente muy a lo Al final de la escapada, de Godard: el vestuario, los peinados, los gánsters. Unos personajes, éstos últimos, muy logrados, con un macarra Pierre Clémenti y un chulo Paco Rabal. Pierre Clémenti será la pieza última (el cliente enamorado) que hará decidir a Deneuve si seguir o no con su doble vida, si permanecer en el deseo eterno o renunciar a él y volver a su aburguesada cotidianidad, si ser la real Séverine o seguir siendo Belle de jour. Al final, creemos que la dualidad de Séverine ha muerto cuando, de nuevo, oímos los cascabeles del carruaje de caballos que habíamos escuchado al principio, en ese sueño en el que se empezaba a formar el personaje Belle de jour: o la dualidad no ha muerto o todo el film ha sido un deseo masoquista. Gran Buñuel.




Reseña de Carlos Aguilar
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Una mujer de clase acomodada ante el temor de padecer frigidez decide emplearse durante el día en un burdel, no consiguiendo satisfacer por las noches a su marido, pues ha descubierto que el masoquismo logra excitarla. Un argumento con considerables dosis de morbo equivocadamente ofrecido a Buñuel, que lo somete a un tratamiento satírico-surrealista, aquí muy poco convincente, pese a aciertos como la delirante pareja de "gángsters" encarnada por Rabal y Pierre Clementi.