Democracy can be a wickedly unfair thing

22 de marzo de 2010

Es cierto: Sabrina (1954) es una obra menor, pero una obra al fin y al cabo. La Paramount Pictures consiguió tener en una misma película a un elenco interpretativo mayúsculo y a un director que, aunque llevaba tiempo sin realizar comedia, no necesitaba presentación alguna: el maestro Billy Wilder. Más que un duelo interpretativo entre Humphrey Bogart y William Holden, Sabrina es el lanzamiento de una joven Audrey Hepburn (ésta fue su segunda gran película, después de su exitosa Vacaciones en Roma) al estrellato. Holden es perfecto para el personaje, pero Bogart, el hombre duro de Hollywood, desentona algo en esta comedia romántica. De hecho, el papel de Bogart estaba pensado en un principio para Cary Grant, pero por motivos de agenda no pudo ser. Quién sabe, pero quizá hubiese sido más acertado contar con Grant.

Sabrina cuenta con guión de Wilder y Ernest Lehman, basado en una pieza teatral de Samuel Taylor. La trama no es más que la reelaboración del clásico de Cenicienta, con Hepburn en el papel de la joven desvalida que alcanza la Luna (o la Luna la alcanza a ella), tipo de personaje en los que se encasilló a la actriz. La fascinación que se sentía por Hepburn partía de esa evolución: de la pobreza a la sofisticación. Sabrina habla del ser humano: a Billy Wilder le interesaba el ser humano y su comportamiento. Era un observador del mundo, por eso nunca hizo westerns, ni musicales, ni películas históricas. Wilder se movía en el cine negro, en el drama o en la comedia, géneros que le permitían observar el ser humano, con su dureza, su ironía o su compasión. Todo muy negro y muy cómico. Sabrina podría haber sido una ñoñería a manos de cualquier otro director, pero nunca bajo las órdenes de Wilder.

El cine de Wilder tiene esa alegría de vivir, ese entusiasmo que impulsa a uno a sentarse durante hora y media delante de la pantalla y a salir al final de la proyección con más ganas de vivir. Esa es la esencia del cine de Wilder: el disfrute, con su crueldad y su belleza, pues el director era capaz de mezclar en una misma secuencia humor y drama. Una obra menor, sí -porque dista de las imperecederas El crepúsculo de los dioses (1950), Con faldas y a lo loco (1959) o El apartamento (1960)-, pero se disfruta como las otras. No quisiera olvidar la fotografía. Aunque la base de las películas de Wilder radique en la historia, en su guión, la fotografía de Sabrina, ausente de artificios, es más que correcta. Citar también a Walter Hampden como el patriarca Larrabee, el padre de Bogart y Holden, en un papel tremendamente cómico, casi de vodevil. Y, cómo no, en un film tan norteamericano se hace extraña la presencia de la preciosa La vie en rose de Edith Piaf, como hilo conductor y argumental de la película, cantada en ocasiones por Hepburn.

Finalmente, quiero sacar a relucir de nuevo a Hepburn: cuando yo era pequeña y oía hablar de estas actrices del star system, todo elogio hacia ellas me parecía exagerado. Que si Marilyn, que si Hepburn (Katharine o Audrey), que si Ava Gardern, que si Greta Garbo, que si -cruzando el charco- Sophia Loren. Las tenía como mitos arraigados profundamente en el inconsciente popular y que todo espectador tragaba con ellos. Ahora, sin embargo, entiendo la fascinación por estas actrices: no eran sólo bellezas, sino grandes profesionales, porque si la función en esta profesión es que el espectador se crea lo que está viendo, con ellas no sólo sucede esto, sino que, además, disfruta y se enamora de todas. Llenan la pantalla con su sola presencia. Se necesita sólo una imagen, un instante en el tiempo, para disfrutarlas. En Sabrina se necesitan tan solo los ojos de Hepburn para gozar del cine.

No obstante, el espectador debe conformarse con eso, con ser un mero voyeur, pues, como dicta la filosofía del padre de Sabrina, la vida es como un coche en el que hay asientos delanteros y asientos traseros separados por un cristal. Así, "democracy can be a wickedly unfair thing, Sabrina. Nobody poor was ever called democratic for marrying somebody rich". Nos tenemos que conformar con mirar. No nos queda otra.




Reseña de Carlos Aguilar
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Obra menor, basada en una pieza de Samuel Taylor. Sabrina es hija del chófer de una acaudalada familia y está enamorada del hijo menor. Al regresar de París, donde fue para formarse como cocinera, rezuma modales sofisticados y está dispuesta a llevarse a su antiguo amor al matrimonio. Duelo interpretativo entre Bogart y Holden.